domingo, 31 de enero de 2021

20 MINUTOS DE LECTURA EN EL AULA

La semana del 1-5 de febrero todos los días a 5ª hora, llevaremos a cabo la actividad tradicional incluida en el Plan de Fomento de la Lectura, "Lectura de 20 Minutos en Silencio en el Aula".

¡Trae tu propio libro de casa o pasa por la biblioteca en el recreo grande a por uno!



martes, 12 de enero de 2021

Cuentos de Navidad 2º ESO

 Cuentos de Navidad 2º ESO




“LAS NAVIDADES DE MARIO” (AUTORA: Ruth Hernández Villar)

La lluvia golpeaba los cristales como pidiendo permiso para entrar. El viento se llevaba las últimas hojas de los árboles que se habían resistido a caer al suelo para morir bajo las suelas de un zapato. 

   En un rincón de la oscura habitación y sentado en un viejo sillón, tan viejo como él, dormitaba Mario. Llevaba tantos meses sin salir a la calle, que ni siquiera se había dado cuenta de que era Navidad. Su único contacto con el mundo era Carolina, una voluntaria de los servicios sociales que lo visitaba dos veces por semana. Bueno, visitarlo era mucho decir. Llamaba a su puerta con un traje que parecía de otro planeta, le dejaba algo de comida y medicinas y se despedía, eso sí, con un cariñoso “cuídese, hasta el próximo día”. 

   Los días pasaban para Mario siguiendo “su rutina”: “como cuando tengo hambre, duermo cuando me apetece y dejo pasar el tiempo. Su familia había desaparecido. Unos físicamente, el “Covid” se los había llevado a un mundo mejor, o eso dicen y otros, tan preocupados por el contagio, ni siquiera se habían parado a pensar que el “Covid”, no se contagiaba por teléfono. El teléfono, ese aparato que lo acompañaba en silencio, tanto, que se había olvidado de cuál era su sonido. No veía la televisión. Siempre lo mismo. Peleas de políticos, muchos números de ingresados y muertes. Ni siquiera en esto se ponían de acuerdo. Con este panorama, Mario tenía pocos motivos para levantarse cada mañana. 

   Abrió la ventana como cada día y el viento le trajo las notas lejanas de un villancico. A lo lejos pudo ver un grupo de chicos y chicas con sus gorros, sus panderetas y sus mascarillas, que a pesar de todo no podían ocultar su alegría. 

   “Sigue habiendo vida”, pensó. Cerró la ventana se sentó en su viejo sofá a dormitar viendo pasar el tiempo. 

   De pronto, un sonido conocido, pero casi olvidado, lo despertó. Era el timbre de la puerta. ¡Qué raro!, se dijo, no le toca venir a Carolina. Se dirigió a la puerta, arrastrando por el pasillo sus viejas zapatillas. Abrió y como un coro de ángeles se encontró frente a él al grupo de chicos y chicas que había visto antes. 

   Buenos días, Feliz Navidad!, le dijeron. Venimos a recordarte que no estás sólo, que los niños y los mayores somos los más solidarios de la pandemia. 

   -No podemos compartir cena, pero recuerde que tiene un sitio en nuestros corazones, el sitio más importante. 

   Mario se revolvió en su sillón. ¿Ha sido verdad o lo he soñado? No estaba seguro. Pero rezó para que muchos Marios como él, recibieran, aunque fuera en sueños el regalo de la sonrisa de unos niños por Navidad. Un regalo que ninguna pandemia les tiene que arrebatar, porque la sonrisa de un niño es la puerta de la esperanza y el alivio de la soledad. 




                    CUENTO DE NAVIDAD (AUTOR:Ernesto Santos Minulina)

   Suenan las campanadas de la iglesia, un 25 de diciembre, son las doce de mediodía, en la calle se mastica el pesar de los aldeanos vestidos de negro que caminan en dirección al cementerio. Hace mucho frío, está nevando. Pasados unos días hallaron un cuerpo inerte, bajo una encina. Estaba  rodeado de ovejas, era Agustín, el pastor del pueblo. Sus mastines no paraban de aullar, así fue como lo encontraron, los perros no dejaban acercarse a nadie, menos a mí. Era una persona muy querida, llevaba siempre una sonrisa en la boca y caramelos en el bolsillo para los niños que correteaban por la calle. Era un hombre generoso y alegre, fabricaba unos quesos deliciosos con la receta que había heredado de su padre y la leche de sus cabras. La gente del poblado era pobre, y cuando no le podían pagar, llevaban la cena a su casa. Todos le querían. Pero el que más tristeza sintió aquel día fui yo, su sobrino nieto. Cuando me agaché  frente a su tumba abierta, recordé todos los veranos pasados en aquel pueblecito escondido entre las montañas. Me encantaba sentarme bajo un árbol y escuchar las anécdotas de mi tío mientras cuidábamos de las cabras.  

   Cuando ya me quedé solo en el cementerio llorando, me sorprendió un anciano que se sentó a mi lado. No le conocía pero parece que él a mí sí, pues me saludó por el nombre. Se presentó como Tomás y me contó lo fantástico que era Agustín. Habían sido los mejores amigos durante la infancia hasta que él tuvo que emigrar a Alemania en busca de trabajo. Le había invitado a su casa en innumerables ocasiones pero mi tío no podía dejar su rebaño solo durante tanto tiempo. Tampoco confiaba en el pastor del pueblo vecino, le llamaban “El despistao” pues había perdido cabras por el monte incontables veces. Más tarde Tomás me contó que habían mantenido el contacto por carta y que nunca habían dejado de escribirse.  En aquel momento me di cuenta que mi tío siempre mencionaba a Tomás en sus historias, y que lo hacía con mucho  cariño. Se puso a llorar amargamente, yo  me abracé a él como si fuera un viejo amigo y lloré junto a él. Le invité a pasar la Navidad con mi familia y aceptó encantado, ya no le quedaba nadie por esas tierras y le hacía falta estar en compañía de otros. 

   Cuando acabó la Navidad, nos despedimos muy emocionados, todavía con los ojos rojos de llorarVolví a casa del tío, miré entre las fotos y las cartas  viejas, había una muy reciente donde Tomás  declaraba que Agustín  había sido el amor de su vida, y que no quería otra cosa que estar con élEn aquel momento me di cuenta de que el amor tiene que ser libre como un jilguero, que vuela libre siempre buscando la felicidad.